Como es tradición, este fin de semana se conmemora a nuestros fallecidos y, sin embargo, los cementerios permanecerán cerrados como medida sanitaria. Una situación tan inusual como el mismo año en que velorios, funerales y otras ceremonias mortuorias han debido celebrarse de manera virtual. ¿Están en riesgo nuestros ritos fúnebres como los conocemos? ¿ Por qué son tan importantes para la sociedad? Cuatro expertos nos explican su relevancia transversal a nivel espiritual, filosófico, psicológico y social. Y dan cuenta de que sus cambios no comenzaron con la pandemia, sino con la modernidad.
Las 20 horas del 21 de julio pasado, la cuarentena obligatoria impuesta por el Gobierno, a propósito de la pandemia, se vio intervenida por un particular minuto de silencio. Algunas personas, a lo largo del país, acompañaron su mutismo asomándose a sus ventanas con una vela encendida entre las manos. Transcurridos los 60 segundos, más de alguna soltó una oración o recitó algún verso poético en homenaje a los 8.503 fallecidos a causa -confirmadadel covid 19. Una iniciativa que tuvo origen en el llamado realizado mediáticamente por Proyecto Mokita, una agrupación que, desde 2016, intenta naturalizar el tema de la muerte en las conversaciones de la sociedad. “El diagnóstico es que, además de la abundancia de cifras frías, vimos la falta de rito.
Porque las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido durante estos meses, sea o no por coronavirus, han tenido una restricción sanitaria para realizar velorios y entierros, que es algo muy simbólico, necesario y significativo, por eso la motivación de hacer este llamado”, cuenta Matías Reeves, máster en Filosofí: Política y uno de los fundadores de Mokita que, entre sus iniciativas permanentes, cuentan con un conversatorio online denominado ‘Café de la muerte”. ¿Por qué nos son tan necesarios e importantes los ritos mortuorios? La doctora en Filosofía y vicedecana de Investigación y Postgrado de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago, Diana Aurenque, afirma que Estos tienen una función estabilizadora de la existencia. “El rito fúnebre viene a dar consuelo a quienes duelan la pérdida de un ser querido, a los vivos, pero también rinde homenaje y despedida al difunto.
En cuanto se trata de una ceremonia mortuoria especial, la cotidianidad se interrumpe, se da paso a una ceremonia propia y eso da reconocimiento colectivo a la pérdida y al dolor de quienes quedan”. Ese proceso de duelo, para quienes sufrer la muerte del otro, suele incluir la dificultad de reconocer la pérdida, rabia por la ausencia e, incluso, en ciertas ocasiones desinterés por el mundo exterior que podría derivar en síntomas más complejos de depresión o melancolía—, según explica el psicoanalista, docente y supervisor de la Clínica Psicológica de la Universidad Diego Portales, Felipe Matamala. En ese sentido, los ritos son de suma relevancia. “Da lo mismo la religión, tienen que ver siempre con la idea de enterrar el muerto darle un cierto acto ceremonial con el fin de que marque un hito en nuestras vidas. El Día de los muertos tiene esa particularidad, no es sólo el hecho de que se celebre a los fallecidos, sino la manera en que fallecieron: si fueron niños, adultos o ancianos. Nos ayuda sobre todo a cerrar la primera y segunda etapa del trabajo de duelo, a la frustración de la pérdida y, también, a entender que ese ser querido deja nuestra vida cotidiana”, agrega. DIVERSIDAD DE RITOS “Todos tenemos en común que vamos a morir algún día. Y toda persona merece Una despedida, también, independiente de nacionalidad, situación socioeconómica, etcétera. Ahí sí que somos iguales”, apunta el sacerdote jesuita José Tomás Vicuña.
Hace unos meses, cuenta el director nacional del Servicio Jesuita a Migrantes, le tocó realizar el responso de una ciudadana peruana y otro boliviano, residentes en el país, cuyos familiares se encontraban en sus lugares de origen. Fueron los vecinos, entonces, quienes organizaron las ceremonias mortuorias. “Se hicieron a la salida de la habitación de cada uno de ellos, en los cités donde vivían, en Santiago Centro y Estación Central. Habían personas de distintas nacionalidades. Pusieron sus cenizas en recipientes, adornaron con flores, y recordamos momentos de la persona que íbamos a echar de menos”, cuenta el sacerdote. Para la socióloga e investigadora asociada del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) Carolina Stefoni, la distancia del hogar añade otro factor de tensión al sentimiento de pérdida de los Seres queridos.
Por otro lado, afirma que, sin contar a la haitiana —actualmente, la tercera más grande en el país, según datos del Gobierno-, las comunidades migrantes comparten con Chile la tradición católica, por lo que los ritos no son tan diferentes a los que se dan entre la población local. “En algunos países la sociabilidad se vive de manera mucho más extrovertida, más colorida. Eso, de alguna manera, influye en el ritual de la muerte. Pero no es que la ritualidad sea distinta”, explica.
La también académica del Centro Sociedad Tecnológica y Futuro Humano de la Universidad Mayor, eso sí, distingue lo que ocurre en el norte del país, con la comunidad aymara, que cuenta con una cosmovisión étnica de la muerte -que depende, por ejemplo, de las circunstancias de ésta para ser asignadas al diablo o a diosy cuyas ceremonias suelen prolongarse por días y no sólo por un tiempo limitado, como ocurre en la tradición cristiana predominante en la mayor parte del territorio. Para Felipe Matamala, este ejemplo es prueba de la diversidad de ritos que “atraviesan estos tiempos”. En el sur, argumenta, se da el Velorio de Angelito para despedir a los menores fallecidos. “Lo interesante es que cada persona puede definir su rito”, acota el psicoanalista. El 27 de agosto pasado, un cortejo fúnebre recorrió desde la población La Victoria, en Pedro Aguirre Cerda, hasta el Cementerio Metropolitano. Lo hizo escoltado por Carabineros, lanzando fuegos artificiales, maximizando el ruido de motores y neumáticos raspando el cemento, y cargando lienzos con el rostro de un reconocido narcotraficante acribillado cinco días antes.
Los elementos forman parte de lo que se conoce como un funeral narco”. Según Stefoni, una puesta en escena, vinculada a la cultura popular “por su expresividad”, pero en la que prevalece “la demostración de fuerza y la ocupación territorial”. Es un “aquí mandamos nosotros”, dice. Vestir y comportarse de determinada manera es parte de cada ritualidad que, por muy diversas que sean, tienen en común la “irrupción de la normalidad, que se suspende”, agrega la socióloga.
“Ahí es cuando se dan las condiciones para llorar o hacer un montón de cosas que en otro momento no se puede”. TRADICIONES MODIFICABLES Las medidas sanitarias impidieron que la abuela con la que se crió Diego Soto pudiera ser despedida por sus tres hijos, ll nietos, diez bisnietos, los sobrinos y sus amigos de Villa El Ensueño y Mallarauco. “Era muy sociable”, cuenta el nieto sobre la mujer Que tenía 86 años cuando falleció por Covid 19, en julio pasado. El deseo familiar era cumplir el suyo y darle un entierro católico. Por lo que, ante las restricciones gubernamentales, además del hecho que algunos de ellos también estaban contagiados con el virus, tomaron la opción de recurrir a la tecnología. “Entre los nietos le hicimos una cuenta de Instagram, con su nombre, que funcionara como libro de condolencias virtual. Ahí subimos fotos que nos llegaban de familiares y amigos, a un correo especial que también creamos.
Transmitimos el funeral por IGTV, para que todos ellos pudieran participar”, cuenta Soto, de 36, quien agrega que pasado un mes seguían llegando comentarios — “que se agradecen”- y el canal sigue vigente – “yo creo que para siempre”-. El nieto, además, para cubrir la falta de un sacerdote — “que no pudimos conseguir 24 horas descargó una oración por Internet y la leyó en voz alta. “Ella hubiera querido eso y es lo mejor que pudimos hacer con las herramientas que teníamos”, dice. “En los funerales es muy importante hacer un signo, algo de despedida. Acercarse y tocar el ataúd, echar agua, poder despedirse. Si yo me despido de un amigo que se va de viaje, cómo no me voy a despedir de un ser querido cuando se muere”, sostiene José Tomás Vicuña sobre los aspectos semióticos del rito.
El sacerdote, por otro lado, plantea que la pandemia ha llevado a la humanidad a la disminución de rituales, “como es el Juntarnos a visitar a una persona que ha fallecido”. Tesis que, entre otros, impulsa el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han —en su reciente libro “La pérdida de los rituales”-, pero con la que discrepa Diana Aurenque.
Al contrario, argumenta que el contexto sanitario “ha demostrado que la necesidad de rito era tanta, que incluso se improvisan nuevas formas incluyendo tecnologías digitales”. En esa línea, la experta en medicina, ética y bioética, sostiene que estos pueden cambiar si “dejan de estar acorde con los valores” de cada comunidad. “Por ejemplo, ritos como la circuncisión religiosa de lactantes y menores ha sido altamente cuestionada y por buenas razones. Ningún rito ni tradición vale por sí misma”, sentencia. Las mutaciones en las ceremonias, sin embargo, ocurren con anterioridad a la pandemia y se vinculan más a un efecto cultural de la modernidad. “Es cosa de ver cómo han cambiado los cementerios. Ojalá que la tumba esté bajo tierra, omitir la muerte, dejar una música y pasto. Que sea un lugar que nos transmita paz”, apunta Vicuña.
Algo que, asegura, gráfica “lo poco acostumbrados que estamos de hablar de la muerte”. La ausencia del fallecimiento como tópico cotidiano es lo que justamente motivó la creación del Café de la Muerte, por parte de Proyecto Mokita. “Lo que alentamos siempre es que se piense, converse y analice sobre el tema. Cada uno podrá sacar sus propia conclusión, podrá acercarse a algún texto, película, religión, pero lo importante es que el atreverse a hablar sobre la muerte, te permite reflexionar sobre la vida. Y uno logra una postura muy distinta frente a ella si se toma plena conciencia de la propia muerte y la de los demás”, asegura Matías Reeves. Después de todo, ¿Quién quiere vivir para
“La cotidianidad se interrumpe, se da paso a una ceremonia y eso da reconocimiento colectivo a la pérdida”. Diana Aurenque, vicedecana Facultad de Humanidades Usach.
“Lo importante es que el atreverse a hablar sobre la muerte, te permite reflexionar sobre la vida”. Matías Reeves, fundador Proyecto Mokita.
“En la ritualidad se dan las condiciones para llorar o hacer un montón de cosas que en otro momento no se puede”. Carolina Stefoni, investigadora COES.
Publicado originalmente en La Segunda, 30/10/2020. Autor: Por Nicolás Violani